En medio de un clima político cargado de urgencias y discursos simplificados, aparece nuevamente el debate sobre la reforma laboral. Y, una vez más, la promesa oficial es que “automáticamente va a generar empleo”. Pero cuando una escucha y revisa lo vivido, lo caminado, lo sentido en cada barrio y en cada mesa familiar, la realidad es otra. Por eso elegí detenerme y contar lo que pocas veces se dice.
En la entrevista analizamos experiencias concretas, esas que marcan la vida de cualquier trabajador o trabajadora. Recordamos reformas anteriores: retrocesos en derechos que jamás generaron empleo formal; al contrario, cerraron pymes y dejaron a miles afuera del mercado laboral. Hoy pretenden instalar jornadas de 12 horas, reduciendo la vida personal a apenas cuatro horas al día. ¿En qué momento se estudia, se juega con los hijos, se ama, se vive? ¿Desde cuándo trabajar más horas es sinónimo de dignidad?
Lo vi tantas veces en las calles de Mendoza: familias que hacen malabares para llegar a fin de mes, heladeras vacías como en los años duros de 2001, pero siempre aparece alguien que mira desde arriba y juzga. “Son pobres, pero tienen DirecTV”, dicen. Como si la pobreza debiera ser miserable para ser válida. Como si los placeres de la vida fueran propiedad privada de un solo sector.
También recordé el caso Pescarmona, cuando algunos empresarios que se declaran en crisis para pedir ayuda al Estado son los mismos que desprecian derechos básicos como la Asignación Universal. Ahí queda claro: cuando se trata de trabajadores, hablan de “preñarse”; cuando se trata de empresas, lo llaman “reconversión” o “salvataje”. La doble vara siempre está.
¿Hace falta discutir una reforma laboral? Sí. Hace falta modernizar, mejorar, generar empleo de calidad. Pero no desde la flexibilización y el retroceso. Existen propuestas reales: reducir la jornada laboral a 6 horas para multiplicar turnos y crear más puestos de trabajo; controlar el empleo en negro; promover capacitación accesible. Ese es el camino que construye futuro.
Lo que intento decir lo que decimos desde este “nosotros” es simple: no se puede pensar una reforma laboral sin poner la vida en el centro. No somos números, somos personas. Y cada decisión política tiene consecuencias en la mesa de cada familia, en la dignidad cotidiana, en el derecho a vivir bien.
Si te sirve este análisis, compartilo. Abramos el debate entre quienes trabajamos todos los días y sostenemos esta provincia y este país.

