Odio y pensamiento crítico

En esta conversación se profundiza en cómo el odio opera como dispositivo político, cómo se debilita el pensamiento crítico y de qué modo los medios, el empleo, la educación y los modelos de consumo afectan la vida cotidiana en Mendoza y en la Argentina. Desde el monocultivo de soja hasta la manipulación informativa, se analizan los mecanismos que modelan el comportamiento social y la desconexión entre política, ciudadanía y derechos.

El diálogo aborda una serie de problemáticas que atraviesan la vida económica, cultural y política del país, comenzando por las transformaciones rurales derivadas del monocultivo de soja. El abandono de la chacra mixta dejó tierras empobrecidas y poblaciones rurales desplazadas que terminaron en los cinturones periféricos de las ciudades. De ese desarraigo surgieron economías alternativas como los clubes de trueque, que dieron contención mientras el empleo formal iniciaba una caída que aún persiste.

Esta pérdida del trabajo estable no solo afecta el ingreso, sino también la capacidad de comprender que las luchas laborales son comunes. El docente y el taxista, aunque se enojen entre sí, pelean por lo mismo: condiciones dignas. Hoy un 60% de la población está fuera de relación de dependencia, y el Estado no demuestra voluntad de incorporar esa fuerza laboral, pese a que esos sectores continúan apoyando electoralmente al gobierno.

En este escenario, el odio emerge como herramienta política central. El cerebro busca ahorrar energía y el marketing se encarga de ordenar el mundo para evitar pensar. El odio cumple el mismo rol: simplificar. Donde el amor te obliga a reflexionar, el odio te evita la complejidad. Así, el antiperonismo no necesita evaluar argumentos; opera como reflejo condicionado. Los medios masivos potencian esa dinámica, debilitando la reflexión crítica y colonizando el relato público.

Históricamente, la privatización de los medios en los años 90 debilitó espacios colectivos y fomentó la desconfianza hacia los sindicalistas, quienes justamente deberían defender a los trabajadores. Lo mismo ocurrió en Hollywood: con campañas culturales que erosionaron la sindicalización hasta niveles dramáticos, recién revertidos tras la pandemia. En Argentina sucede un fenómeno similar, donde la derechización de sentidos comunes se vuelve cada vez más visible.

A esto se suma la reciente venta de Paramount a un grupo empresario argentino conocido: Vila-Manzano, lo que repercute directamente en Telefe y Canal 9 Televida. Durante la campaña provincial ya se denunciaba que la línea editorial seguía el guion del oficialismo. Poco después del resultado electoral, ingresó un proyecto para achicar el acceso a información pública. Una coincidencia que revela una agenda preparada con anticipación y que apunta a disciplinar aún más a la sociedad mendocina.

Mientras la población estaba entretenida por el discurso del odio y la polarización, la política seguía avanzando: se presentaron proyectos megamineros, evaluaciones ambientales y la reforma del sistema educativo secundario. Las grandes decisiones se tomaban mientras la gente discutía en la superficie. Este contraste expone lo que Cristina Kirchner denomina la “frustración de la democracia”: una universidad pública que es pública pero no siempre accesible; recursos naturales que existen pero permanecen intangibles para quienes viven en los barrios.

El deterioro del sistema de salud pública también aparece en la discusión. En los hospitales subsiste el destrato y figuras de poder que operan como “pequeños Césares”. La conducción institucional queda muchas veces en manos de quienes, por conocimiento técnico, concentran el poder. Surge así una reflexión profunda: el que posee el saber no necesariamente debe poseer el poder, porque el sesgo profesional puede distorsionar la finalidad del cargo público. Un director de hospital o cultura necesita criterio amplio, no solo especialización.

En definitiva, la conversación desnuda un entramado político y social donde el odio, la concentración mediática, la falta de accesibilidad, la desconexión entre producción y ciudadanía, y los sesgos del poder técnico se combinan para moldear una Argentina más desigual. Frente a ese panorama, la invitación es volver a pensar, recuperar el sentido crítico y reconstruir desde la claridad, no desde la simplificación emocional.

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