Lo que pasó en Mendoza fue sorprendente.
Todos decían que no iba a pasar lo que terminó pasando, y sin embargo, pasó: la provincia se tiñó de violeta.
Solo dos departamentos, Santa Rosa y La Paz, quedaron fuera de esa ola.
En ambos ganó el justicialismo:
en La Paz con el 51,8%, en Santa Rosa con el 47,18%.
El resto de la provincia quedó pintado del mismo color que Buenos Aires, que también se volvió violeta.
Y frente a eso, hay algo que no se puede ignorar:
el pueblo siempre tiene la razón.
Por eso les pido a quienes dicen representar al peronismo que reflexionen sin echar culpas.
La gente no quiere más deformaciones del peronismo.
Quiere peronismo.
Por eso Axel Kicillof ganó como una expresión genuina del movimiento.
El pueblo no quiere más macrismo, ni versiones híbridas.
Ya dijo que no.
Lo que votó la gente fue esperanza,
esa palabra que incomoda a las alianzas que se formaron para conservar poder.
Porque ahora deberán convivir dos años más y demostrar si pueden gobernar juntos.
El mensaje fue claro:
“Ustedes dijeron que eran socios, bueno, ahora sean socios en serio y resuélvannos los problemas.”
Y a los peronistas también nos dijeron algo:
que tenemos que volver a las bases,
repensar qué significa ser peronista
y devolverle al pueblo su felicidad.
Porque nadie puede negar que los días más felices fueron peronistas.
La esperanza fue, históricamente, una palabra peligrosa.
En la dictadura se censuró la “Zamba de mi esperanza”, porque se sabía que la esperanza mueve, que despierta, que genera rebeldía.
Y hoy, otra vez, se la intenta silenciar.
Se la reemplaza por miedo, por resignación, por “ajuste”.
Pero sin esperanza no hay futuro.
Probablemente lo que se nos viene sea una etapa donde el poder intente cumplir con sus promesas de campaña vaciando de contenido las palabras.
Hablarán de “orden”, de “eficiencia”, de “reformas”,
pero lo que van a intentar quitar es la esperanza.
Y ahí es donde tenemos que resistir.
En esta reconstrucción, hay una palabra que nadie pronuncia y que es esencial: amor.
Ninguno de los candidatos habló de amor.
Y sin embargo, el otro siente cuando lo querés.
La política sin amor no construye nada.
El amor es lo que sostiene los vínculos, lo que humaniza el poder,
lo que convierte a la política en un acto de comunidad.
Eva y Perón amaban al pueblo.
Lula gobierna desde el amor.
Néstor Kirchner también lo entendió así,
y hoy, en el aniversario de su fallecimiento, vale recordarlo:
no se puede gobernar si no se ama al pueblo.
Por eso, a los nuevos liderazgos les digo:
amen al pueblo.
Escúchenlo.
No hay estrategia ni marketing que reemplace eso.
Porque la política —bien entendida—
es, ante todo, un acto de amor colectivo.

