Las elecciones del 26 de octubre dejaron un dato que no podemos pasar por alto: casi el 45% del electorado mendocino se expresó entre la abstención y el voto en blanco. Ese número, que a primera vista parece técnico, en realidad habla de un fenómeno profundo: la ciudadanía está desconectada de la política, desencantada y sin expectativas de cambio.
En De ida y vuelta analizamos este escenario junto al concejal Raúl Severino. Desde el principio coincidimos en un punto clave: veníamos anticipando que esta iba a ser una elección de estructura, con baja participación. La gente buscaba otras opciones, pero no las encontró en un abanico donde, salvo Fuerza Justicialista, casi todas las listas se armaron en la calle Peltier. Y la lectura social fue muy clara.
Incluso el propio Cornejo lo reconoció cuando subió al escenario:
“Nos sorprendió el desinterés de la gente por ir a votar”.
Ahora la pregunta es otra: ¿cómo recuperamos el interés ciudadano?
La respuesta atraviesa varios niveles: la calidad de los candidatos, la renovación interna de los partidos, la comunicación política y la capacidad real de representar a las personas del territorio.
En el análisis de Severino aparecieron datos que deberían preocuparnos a todos:
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Solo votó el 66,96% del padrón.
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Un 33% directamente no fue a votar.
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El voto en blanco fue la tercera fuerza, con el 11%.
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Sumando abstención y blanco, casi la mitad de la población quedó afuera de cualquier propuesta electoral.
Para un país que tanto luchó por recuperar la democracia, es un golpe.
No ir a votar o votar en blanco es decir: “No creo que mi voto cambie nada”.
También hablamos de un problema estructural: la comunicación.
La oposición —no solo el PJ, sino todas las fuerzas no oficialistas no logró transmitir con fuerza sus objetivos ni sus diferencias. A eso se suma un ecosistema mediático provincial fuertemente pautado por el gobierno, que repite una sola línea editorial y condiciona la percepción social.
La campaña se nacionalizó por completo. Las dos marcas fuertes fueron Milei y Cornejo. El resto quedó diluido. La ciudadanía votó marcas, no candidatos. Y eso se vio en todos los niveles.
Además, surgió un tema incómodo pero imprescindible: la instalación del discurso liberal desde las propias empresas de reparto y plataformas digitales. En barrios privados, repartidores de Pedidos Ya entregaban pizzas con folletos de Milei adentro. Las redes, los algoritmos y las plataformas hicieron campaña de un modo que la política tradicional todavía no logra dimensionar.
La conclusión es dura pero necesaria: si los partidos no vuelven a representar, escuchar y abrir sus puertas, el desencanto va a seguir creciendo. Y no hay democracia fuerte con una ciudadanía que se siente ajena a su propio destino.
Esta conversación es un llamado a recuperar el sentido de lo colectivo, reconstruir confianza y volver a hablarle a la gente de frente, con claridad y respeto.

