El resultado electoral dejó sonrisas hacia afuera y gestos serios hacia adentro.
Porque más allá de las fotos y los discursos, este triunfo se construyó con la estructura. Y esa estructura, maquinaria aceitada del poder, hoy sostiene al gobierno, pero también empieza a mostrar sus fisuras.
Cambia Mendoza no esperaba este resultado. Y sin embargo, lo obtuvo.
Pero no fue un cheque en blanco. Fue una elección que reveló el peso de la estructura sobre las convicciones, y el precio de los acuerdos que se cierran puertas adentro.
Quienes conocen la Legislatura saben que nadie estaba del todo conforme: ni en el oficialismo ni en la oposición. Muchos votaron sin entusiasmo, con el gesto de quien cumple más que de quien cree.
El radicalismo, históricamente identificado con la institucionalidad, cedió terreno ante la lógica del poder concentrado. Cornejo pactó con una parte de la derecha que, en teoría, venía a romper esa institucionalidad.
Y aunque algunos dirigentes lo nieguen, la ruptura interna ya se siente. Basta mirar las señales que dejaron los intendentes antes de las elecciones: diferencias que, tarde o temprano, saldrán a la luz.
Pero lo más grave ocurrió después: la Ley 560, tratada entre gallos y medianoche, sin pasar por todas las comisiones que correspondían.
Una ley que modifica las condiciones laborales de miles de trabajadores del Estado no puede aprobarse de espaldas al debate social, y mucho menos sin dictamen de la Comisión de Asuntos Sociales y Trabajo.
Fue gracias a la intervención de una senadora que se corrigió parcialmente el procedimiento. Pero el daño ya estaba hecho.
Esta reforma se justificó como una “adaptación” a la jurisprudencia de la Corte y a las tendencias nacionales de reforma laboral.
Mentira.
No fue adaptación, fue retroceso.
Incluso los asesores del gobierno, abogados serios y conocedores del ámbito legislativo, admitían su incomodidad al tener que defender algo en lo que no creían.
Y ahí está la esencia de la estructura: personas formadas, competentes, que arriesgan su carrera para no romper con el esquema de poder.
Una estructura que se sostiene en la obediencia y no en la convicción.
Lo dije y lo repito: ni la dictadura se atrevió a tanto.
Porque incluso en los últimos decretos de aquel tiempo oscuro hubo límites que hoy parecen haberse borrado.
La vieja Ley 560, con más de medio siglo, sigue siendo más progresista que la versión que acaban de imponer.
En el fondo, esta no es solo una crítica política. Es una advertencia sobre lo que viene: una Mendoza donde la forma se impone al fondo, donde la estructura gana pero sin alegría, y donde el costo de gobernar así es la pérdida de sentido y de futuro.


