El poder, los actores y el traje del líder

En este bloque de Ida y Vuelta analizo con Gabriel Chicone lo que quedó después de las elecciones: el poder real, la representación política y la teatralidad en la escena pública. ¿Cuántos líderes son auténticos y cuántos actúan un papel? Desde Mendoza, una mirada sin maquillaje sobre Cornejo, Milei y la cultura política que soportamos como sociedad.

Volvimos con más de Ida y Vuelta para analizar lo que pasa después de las elecciones.
Habíamos anticipado los resultados, los movimientos y la inercia de una casta política que no se mueve. Todo estaba ahí, anunciado.

En campaña pasaron todos. Cansados, repitiendo frases vacías, sin energía.
Y los resultados fueron claros: o no caminaron nada o la gente ya no les cree.
El liderazgo no se construye cumpliendo requisitos. El liderazgo se siente, se sostiene, se encarna.

Yo lo aprendí cuando gané la banca del peronismo en 2017.
Subir las escaleras de la Legislatura me pesaba.
El sillón también.
Ahí entendí que el traje del líder puede quedarte grande o chico, pero muy pocas veces te queda justo.
Y ese “justo” solo aparece cuando uno representa algo más que a sí mismo.

Hoy, a muchos el traje les pica.
Cornejo, por ejemplo, carga su propio peso: tuvo que salir a salvar la campaña, tapar ausencias, multiplicar afiches y gastar el doble en publicidad.
Petri no aparecía, y los conflictos dentro de su propio espacio lo obligaron a actuar como bombero de un incendio político.

Pero hay algo más profundo: los liderazgos vacíos.
Tenemos una vicegobernadora con un discurso violento, sin afiliación real, sin pertenencia partidaria, sin raíces.
Eso me cuesta, porque creo que una mujer puede ser firme, pero no violenta.
Nuestra condición humana, nuestra experiencia, nos lleva a cuidar, no a agredir.

Lo que más me preocupa no es solo eso, sino el nivel de violencia que hoy soportamos como sociedad.
Mendoza siempre fue respeto, veredas limpias, compostura, debate con altura.
Hoy se toleran expresiones que antes hubiesen sido impensadas.
Y lo repito porque lo siento:
un país no es solo lo que hace, sino también lo que soporta.

Estamos soportando demasiado.
Lenguajes violentos, odio, discriminación.
Y todo eso deja huella, se impregna en el colectivo social.

A veces escucho que dicen “Milei está loco”.
No. No está loco. Está calculado.
Lo vimos en el cierre de campaña: prolijo, de traje, tranquilo.
No fue el mismo personaje que gritaba desde los escenarios.
Eso no es casualidad. Es estrategia. Es guion.

Yo lo miro y veo un personaje.
Un actor con libreto, no un líder.
Y no hablo solo de él: en el mundo hay presidentes que actúan, que interpretan papeles.
El problema es cuando el libreto lo escribe otro.
Ahí el poder deja de ser político y pasa a ser teatral.

Podés no haber coincidido con Menem, pero era él.
Podía mirar a cámara, debatir, sostener una idea, resistir una entrevista sin escaparse.
Eso era política.
Hoy muchos no pueden hacerlo sin que los guionen.
Milei se levanta, se enoja o lo asisten desde atrás del escenario.
Todo está pautado.

El que no tiene liderazgo real necesita actuar para sostenerse.
Cornejo lo hace con control y disciplina, con el látigo.
Milei lo hace con histrionismo.
En ambos casos, el poder se sostiene desde el miedo, no desde el pueblo.

Y cierro con una certeza que me acompaña desde siempre:
El poder sin pueblo es teatro.
Podrán cambiar los actores, los tonos o los trajes,
pero el guion sigue siendo el mismo:
un país donde se aplaude al que actúa y se castiga al que piensa.

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