En esta edición de De ida y vuelta profundizamos en una pregunta que atraviesa a millones de trabajadores: ¿dónde están los gremios en este momento crítico? Mientras la reforma laboral avanza y el salario mínimo queda cada vez más lejos de la canasta básica, la ausencia de una reacción gremial contundente se vuelve imposible de ignorar.
Recordamos las luchas históricas, como los 48 días de paro docente en Mendoza durante el gobierno de Bordón, cuando se instauró la lógica de “día no trabajado, día no pagado”. Luchas duras, reales, que dejaron consecuencias hasta hoy: la jornada docente reducida a cuatro horas y media y un recuerdo colectivo de que los derechos se conquistan peleando.
Sin embargo, la realidad actual muestra otra escena. Muchos trabajadores viven con salarios que no cubren lo básico, con un mínimo vital y móvil que debería aumentar más del 100% para no quedar debajo del millón. Hablamos de hambre, de depresión social, de familias que no llegan ni a pagar un sepelio. Y en ese contexto, los principales dirigentes sindicales no están en la calle, no convocan a un paro general y no dan señales claras de resistencia.
A esto se suma la reforma laboral que busca terminar con las paritarias tal como las conocemos, avanzar hacia convenios por empresa y reemplazar las horas extras por un “banco de horas”. Un esquema que remite de manera directa al los años 90: flexibilización, pérdida de derechos y mayor precariedad. La historia se repite, incluso con los mismos actores de entonces.
Pero no es solo el frente laboral. Temas cruciales como la posible privatización del Canal Magdalena —que implica ceder soberanía logística a multinacionales— pasan casi inadvertidos. Y mientras tanto, el silencio gremial se vuelve más ensordecedor.
En los 90, hubo dirigentes que acompañaron políticas de flexibilización. Hoy, algunos parecen repetir esa actitud, más preocupados por sus intereses internos que por el bien común de los trabajadores. Y eso genera un vacío político y social que se siente en cada barrio, en cada fábrica cerrada, en cada familia que no llega a fin de mes.
Frente a esto, la pregunta vuelve con más fuerza: ¿dónde están los gremios?
¿Dónde están aquellos que históricamente defendieron a los trabajadores en la calle, aun con el riesgo de ser detenidos? ¿Dónde están los que deberían estar llamando al paro general? ¿Dónde están los que deben poner el cuerpo cuando el miedo paraliza a quienes dependen de un salario?
La sociedad necesita respuestas. Y necesita acción.
Todavía estamos a tiempo, pero el tiempo no es infinito.


