Cuando trabajar te quita derechos

En esta conversación con dirigentes de la CGT Regional Mendoza analizamos por qué el proyecto de reforma laboral no solo recorta derechos, sino tiempo real de vida: jornadas de 12 horas, eliminación del descanso, precarización y una mirada clasista que vuelve a los peores discursos del pasado. ¿Es posible una reforma laboral que genere empleo genuino sin destruir derechos? Aquí lo explican en profundidad.

En esta nueva edición de De ida y vuelta analizamos junto a Sergio Jiménez, secretario general de La Bancaria Mendoza, y Roly Firmani, secretario general de ATIRA, el contenido real del proyecto de reforma laboral que impulsa el gobierno. Una iniciativa que, lejos de modernizar o generar empleo, implica un retroceso histórico en derechos laborales y en calidad de vida.

El oficialismo insiste en que la reforma generará trabajo, pero la experiencia demuestra lo contrario. Como explicó Firmani, las tres reformas anteriores presentadas como “modernización” no aumentaron el empleo formal ni el informal. Por el contrario, cerraron pymes y disminuyó la cantidad de trabajadores activos. Ninguna flexibilización produjo crecimiento real.

Uno de los puntos más graves del proyecto es la eliminación de las 12 horas mínimas de descanso entre jornadas. Roly lo resumió de manera contundente: si una persona trabaja 12 horas y duerme 8, le quedan solo 4 horas para todo lo demás: familia, estudio, ocio, comida, vínculos, incluso la intimidad. Cuatro horas reales de vida. Esto rompe un equilibrio fundamental que llevó décadas conquistar, desde las luchas de los “Mártires de Chicago”, cuando se estableció el principio de 8 horas para trabajar, 8 para descansar y 8 para vivir.

La reforma, además, atenta contra el desarrollo personal: ¿cuándo puede estudiar o capacitarse un trabajador que vive prácticamente en su jornada laboral? ¿Cómo construye bienestar? Históricamente, ciertos sectores de la derecha han dicho que “los pobres no pueden tener aire acondicionado”, “no pueden tener un televisor”, “no pueden irse de vacaciones”. Ahora, pareciera que tampoco podrían tener vida.

Durante la charla surgieron ejemplos concretos del pensamiento clasista que todavía circula: empresarios que decían que las mujeres “se preñaban para cobrar la AUH”, mientras ellos mismos se presentaban reiteradamente en convocatoria de acreedores para recibir asistencia del Estado. La hipocresía es estructural: cuestionan derechos sociales mientras viven de beneficios estatales.

Pero también se planteó algo clave: sí hace falta discutir una reforma laboral, pero no esta. Una reforma real debería mejorar el trabajo, no destruirlo. Roly explicó cómo una reducción de la jornada de 8 a 6 horas podría generar empleo genuino en empresas con turnos rotativos, aumentando alrededor de un 25% la demanda de mano de obra. Esa sí sería una modernización que expande derechos y crea trabajo registrado.

Lo que hay hoy, en cambio, es un retroceso. Una reforma que recorta derechos, precariza y destruye tiempo de vida. Una reforma que no piensa en el bienestar del trabajador, sino en la conveniencia del sector empresario más concentrado.

El debate continúa, pero el mensaje es claro: cualquier reforma que quite vida no es reforma, es retroceso.

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