Esta semana volvió a quedar claro que el debate sobre la minería en Mendoza no se da en igualdad de condiciones. El proyecto San Jorge avanzó en la Legislatura y, aunque la oposición votó dividida, el resultado estaba prácticamente definido de antemano.
Sin embargo, decir que eso “no importa” es un error. Durante toda la semana previa, el gobernador Cornejo buscó desesperadamente unanimidad. No por una cuestión institucional, sino porque las mineras cotizan en bolsa y necesitan mostrar licencia social. Un resultado ajustado no es lo mismo que uno ampliamente favorable. Las empresas no quieren riesgos: ante un conflicto social fuerte, las acciones caen.
Mientras el pueblo de Mendoza resista y la protesta se sostenga, la minera no va a poder avanzar libremente. Por eso es clave fortalecer la movilización y la conciencia social. Defender el agua no es un capricho ideológico, es una necesidad vital.
Hoy muchos medios presentaron la sanción del proyecto como una “buena noticia”. Se habló de años de espera, de trabajo y de orden, mientras se estigmatiza a quienes se oponen, tratándolos de fundamentalistas o violentos. Lo que el poder político no logra procesar es algo simple: el pueblo de Mendoza no quiere minería.
Algunos legisladores incluso verbalizan una concepción peligrosa de la democracia: “nos votaron, entonces podemos hacer lo que creemos conveniente”. Eso no es democracia, es ejercicio de poder sin límites. Y cuando ese tipo de prácticas se naturalizan, el problema se vuelve más profundo.
Las asambleas ambientales hoy tienen menos visibilidad que en otros momentos. No por falta de convicción, sino por falta de recursos. Durante años fueron utilizadas políticamente y hoy quedaron sin estructura. Aun así, cumplieron un rol central: generar conciencia en ciudadanos comunes, como yo, que no pertenecemos a ninguna asamblea pero entendemos que sin agua no hay futuro.
En los países desarrollados, esta conciencia la construye el Estado a través de campañas de sensibilización. No se puede cuidar lo que no se conoce. Acá, en cambio, cada “no” social fue tomado como una postergación. El poder empuja, retrocede un poco y vuelve a avanzar.
Por eso este no es un debate técnico. Es una discusión política. Y la herramienta que hoy le queda al pueblo mendocino es clara: la protesta sostenida en la calle y la construcción de nuevas alternativas políticas que no respondan a las mismas lógicas de siempre.
Sin agua no hay desarrollo. Sin agua no hay futuro. Y eso es lo que está en juego.


