En Mendoza estamos viviendo un momento clave. La política intenta instalar la idea de que, como la gente votó a Milei o a Cornejo, ahora “se la tiene que aguantar toda”. Pero yo no comparto esa lectura. Y, sobre todo, nosotros no la compartimos. Porque el voto no es un cheque en blanco: el voto delega administración, no obediencia ciega. El voto no cancela participación. El voto no silencia a la ciudadanía.
Estuve en la Legislatura acompañando a docentes, trabajadores y organizaciones que se movilizaron en defensa de nuestros bienes comunes y de nuestros derechos. Y lo que vi fue una verdad enorme: la mayoría de las personas que hoy se manifiestan votaron a quienes hoy gobiernan. Sin embargo, eso no les quita la dignidad de reclamar, ni la responsabilidad de involucrarse. La democracia no es cada cuatro años; es todos los días.
Muchos docentes dijeron presente, aunque las conducciones gremiales estén lejos de la realidad que vive cada escuela. Hay silencios que duelen, hay sindicatos cooptados, hay estructuras que han abandonado su sentido original. Por eso celebro que existan nuevas formas de organización y espacios que siguen sosteniendo la voz de quienes trabajan todos los días en condiciones muy difíciles.
En paralelo, la discusión por la megaminería vuelve a poner en evidencia la distancia entre lo que se vota y lo que se pretende imponer. Ninguna fuerza política se manifestó en contra de la minería contaminante: lo que se pidió, y seguimos pidiendo, es garantías reales de que no se va a perjudicar la salud, el agua y el futuro de Mendoza. Y esas garantías no existen. No existían en 2019. No existen hoy.
Por eso digo y lo repito: el voto no autoriza el saqueo ni el peligro. La ciudadanía no firmó un contrato de entrega. Y cada vez que alguien intenta gobernar sin escuchar, la comunidad se organiza. Se organiza en las escuelas, en los barrios, en las asambleas, en la calle… se organiza porque entiende que la democracia plena ocurre cuando participamos. Cuando ponemos el cuerpo. Cuando no dejamos pasar lo que está mal.
El 9 de diciembre no es un día más: es un día para que Mendoza se plante con claridad. No por partidismos, no por consignas vacías, sino porque está en juego el agua, la salud, el trabajo y la vida de miles de familias.
Yo creo profundamente en la fuerza del “nosotros”. En la comunidad organizada. En la participación que incomoda. En esa ciudadanía mendocina que ya supo decir “no” cuando tuvo que hacerlo, y que lo volverá a hacer tantas veces como sea necesario.
Porque el voto no es un cheque en blanco.
Y Mendoza lo está demostrando otra vez.

