En Ida y Vuelta analizamos un tema que hoy duele, molesta y preocupa: el peronismo mendocino está sin proyecto, sin discurso y sin una propuesta que enamore o que genere esperanza real hacia 2027.
Lo que estamos viviendo es una disputa de estructuras que no representa a la amplitud del peronismo. Los intendentes creen que, con sus propias estructuras, pueden garantizar triunfos departamentales. Y en esa lógica se cierran y excluyen parte de nuestro propio movimiento. El problema no es solo quién decide, sino qué estamos proponiendo como comunidad política.
Porque mientras el gobierno actual nos vende sacrificio, dolor y una vida triste “para ver si en 50 años somos potencia”, nosotros que decimos representar la felicidad del pueblo no estamos construyendo absolutamente nada que haga sentir que existe un futuro posible.
Ese es el punto que más me preocupa: no hay plan.
No hay contrapresupuesto, no hay solución alternativa para la minería, no hay equipos técnicos visibles, no hay horizonte. Y cuando no hay horizonte, la gente solo siente incertidumbre. Y con incertidumbre, ¿a quién se vota?
Cuando uno habla con los dirigentes, todos dicen que están trabajando. Pero ese trabajo no se ve, no se comunica, no llega a la sociedad. No enamora. No entusiasma. No genera identidad futura.
Estamos a las puertas del 2027. Y cuando volvamos de las vacaciones del 2026, ya vamos a estar a un año de presentar listas. En política, un año es un suspiro. Y hoy no veo que estemos haciendo el trabajo profundo y serio que se necesita para proponerle a Mendoza algo distinto.
El justicialismo se reunió en San Rafael, pero el peronismo se enteró por los diarios. Eso sintetiza el problema: una estructura que se recorta sobre sí misma, mientras la identidad más amplia la que realmente representa al pueblo queda afuera.
Y mientras tanto, la gente necesita certezas.
Necesita sentir que alguien está pensando un futuro mejor, más digno y más humano. Que alguien está dispuesto a decir con claridad qué va a hacer con la minería, con la salud, con la producción, con el empleo y con la vida cotidiana de los mendocinos.
El justicialismo tiene una obligación ética: ofrecer felicidad, no sufrimiento.
Pero hoy, lamentablemente, no estamos cumpliendo esa obligación.
Y si no cambiamos ya, vamos a llegar tarde.


