En este 17 de noviembre, Día de la Militancia Peronista, volvemos a una fecha que despierta memoria, emoción y reflexión profunda sobre el presente. La militancia, esa palabra tan cargada de historia y compromiso, vuelve a tener un valor enorme en estos tiempos donde el discurso del odio pretende imponerse.
El 17 de noviembre recuerda el regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina tras 17 años de proscripción. Para el pueblo peronista, ese retorno fue más que un hecho político: fue el reencuentro con un líder que, aun sabiendo que venía a morir en su patria, seguía representando un sentimiento que no desaparece. Porque el peronismo es eso: un sentimiento. No es solo un sello, una sigla o una personería jurídica. Es la búsqueda del bien común, la justicia social y la felicidad del pueblo.
Por eso duele cuando algunos se adueñan del sello como si fueran dueños también del sentir. Y duele más cuando esos mismos sectores avalan endeudamiento, abandonan la defensa del ambiente, perjudican a docentes y trabajadores o castigan a quienes defienden leyes como la 7722 quitándoles la afiliación. Ese no es el peronismo del pueblo.
Al mismo tiempo, la región vive sus propios procesos. Lo que pasó en Chile muestra una derecha fuerte, con tres candidatos que dividieron el voto según las clases sociales, y una izquierda que resiste con campañas sinceras y profundamente humanas. También aparece una sombra conocida: la intervención de Estados Unidos impulsando figuras de ultraderecha, repartiendo votos y luego unificándolos para derrotar a los sectores populares. Un “Plan Cóndor electoral” adaptado al siglo XXI.
En Mendoza la realidad tampoco es simple. Marcelo Romano, ex senador y referente muy querido en San Carlos, expone una sociedad adormecida, con medios atados a la pauta y una crueldad institucional que se expresa en cosas concretas: pacientes oncológicos sin medicamentos, familias que no llegan al día 10, hogares que este invierno no podrán pagar el gas si se eliminan subsidios. Una provincia donde parece que una planilla de Excel decide quién vive y quién muere.
También crece la violencia social: insultos cotidianos, agresión en redes, amenazas en los espacios públicos. Aun así, una parte de la sociedad acompaña a un gobierno que la perjudica directamente. Frente a eso, algunos dirigentes están cambiando la forma de hacer política: campañas sin plata, caminando el territorio, entregando una bolsita de orégano con la frase “Juntos por el agua de Mendoza”. Un gesto simple pero profundo, que reivindica a los abuelos agricultores y a la matriz productiva frente al extractivismo minero.
La pregunta es inevitable: ¿cómo se enfrenta el odio? ¿Cómo se recupera la esperanza?
La respuesta empieza en lo más pequeño: construir una política de la bondad. Volver a los vínculos cercanos, a la solidaridad básica, a esos gestos silenciosos que reconstruyen comunidad. Dar la mano, acompañar, acercar un plato de comida o una bolsita de orégano. Despertar lo que tenemos endurecido adentro.
La dignidad no puede ser negociada. No podemos aceptar que la economía, la crueldad o la indiferencia decidan quién merece vivir. Frente al odio, la única salida es distribuir bondad. Recuperar empatía. Reconstruir un proyecto político que vuelva a poner en el centro la felicidad del pueblo y que devuelva a la militancia su lugar histórico: ser la fuerza que transforma.
Porque el sentimiento peronista —que es amor, justicia y felicidad colectiva— no desaparece. Renace.


