El voto del miedo y la falsa esperanza

Andrea Blandini analiza el día después de las elecciones y el avance del discurso del miedo como motor político. Desde Mendoza, reflexiona sobre cómo el poder cambia de colores pero mantiene la misma lógica: se gobierna desde las emociones, se fabrica esperanza y se alimenta el miedo. ¿Qué pasa cuando la gente deja de votar porque deja de creer?

El mapa político de la Argentina volvió a cambiar de color, pero el fondo sigue siendo el mismo.
En este nuevo escenario, el violeta reemplazó al amarillo, y el mensaje triunfante no fue el de una ideología, sino el de una emoción: el miedo.

Durante el análisis de la jornada electoral, Andrea Blandini desmenuza este proceso:

“Milei no se comió al peronismo, se comió a la derecha. Lo que antes era amarillo se tiñó de violeta. Y eso no es un cambio de proyecto, sino un cambio de traje.”

Los discursos de campaña apelaron a lo más profundo del inconsciente colectivo: el miedo a perder, el cansancio, la frustración, la ansiedad.
Según las encuestas de septiembre, más de la mitad de los argentinos se declaraban preocupados, agotados o sin esperanza, y fue ahí donde el marketing político actuó con precisión.
“El voto se volvió emocional”, dice Andrea. “Ya no se vota por propuestas, sino por promesas. Y la promesa más fuerte fue no retroceder.”

La estrategia es global: Trump, Bolsonaro, Meloni, Bukele, Orbán. Todos usaron el mismo guion: instalar el miedo y vender esperanza como si fuera libertad.
En Argentina, ese manual se ejecutó con exactitud: miedo al caos, miedo a la pobreza, miedo al otro.

Andrea lo resume con claridad:

“No es un loco. Es una estrategia internacional que usa la frustración de los pueblos para vaciar la democracia desde adentro.”

Mientras tanto, el dato más alarmante pasa inadvertido: la gente deja de votar.
El ausentismo crece, el voto en blanco se multiplica, y la distancia entre el ciudadano y la política se ensancha.
Ese es el verdadero peligro: cuanto más descree la gente, más fácil es gobernar sin pueblo.

Y desde Mendoza, esa lectura se vuelve todavía más urgente.
Porque cuando el poder se encierra en sí mismo y la gente se retira, la democracia se vuelve una puesta en escena.
El voto del miedo sigue ganando, pero cada vez con menos votantes.

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