Una elección sin pueblo

Más del 30% del padrón mendocino no fue a votar. Hubo mesas sin fiscales, votos impugnados y cierres de campaña en hoteles cerrados. Mientras los aparatos partidarios se reparten el poder, la gente común queda afuera. No fue una elección ciudadana, fue una elección de estructuras.

La elección del domingo dejó al descubierto algo más profundo que un resultado: la desconexión entre la política y la gente.
En Mendoza, más del 30% del electorado no fue a votar.
Hubo mesas vacías, fiscales ausentes, y un clima que no se parece en nada a una jornada democrática viva.

En una de las escuelas, la Isla Malvinas, la mayoría de los votantes llegó entre las dos y las cuatro de la tarde. Después de eso, el silencio.
Las mesas cerraron tarde, sin participación real, y con datos que llaman la atención: 110 ausentes sobre 348 habilitados, votos en blanco, nulos y hasta mensajes escritos en las boletas.
No hubo entusiasmo. No hubo pueblo.

Y lo más grave: en varios distritos aparecieron cifras sorprendentes de votos impugnados, incluso más de 300 en una sola zona.
Eso significaría que más de 300 presidentes de mesa dudaron de la identidad de los votantes.
Una irregularidad que el propio Gobierno publicó en su página oficial y que será motivo de revisión por los partidos.
Pero más allá del dato técnico, la señal política es clara: la confianza está rota.

En los lugares de votación se vio lo mismo: pocos fiscales, jóvenes improvisados, abuelos que no estaban en el padrón y chicos de 18 que no figuraban.
Hubo presidentes y vocales reemplazando a último momento, mesas que trabajaron con lo mínimo, y una sensación de desorganización que no puede pasarse por alto.
La política, mientras tanto, siguió en su propio eje, mirándose al espejo.

Durante la campaña, todos los candidatos pasaron por los medios y respondieron las mismas preguntas:
👉 ¿Cómo enamorar al electorado?
👉 ¿Qué harían si mañana tuvieran que asumir?

Pero el domingo, la realidad respondió sola: el electorado no está enamorado de nadie.
El ciudadano común no se siente representado.
La distancia entre los candidatos y la gente se agrandó tanto que ya ni se miran.
Y así, los aparatos partidarios vuelven a ganar elecciones con apenas un 20 o 25% del padrón real.
Se gobierna con minorías, se celebra con aparatos.

Cornejo obtuvo su resultado con un 69,6% de participación oficial, pero si se descuentan los votos nulos, impugnados, blancos y ausentes, la legitimidad real es mucho menor.
Y eso no es solo un número: es una fractura social.
Una democracia sin participación se convierte en un trámite.

Las imágenes de esa noche mostraron otra postal del poder:
Cierres de campaña en hoteles, con los mismos rostros en todas las fotos.
Ni oficialismo ni oposición abrieron sus actos a la gente.
No hubo abrazos en la calle ni plazas llenas.
Hubo estructuras celebrando entre paredes, mientras el pueblo miraba desde lejos.

Y eso es lo que duele.
Porque la democracia no se mide solo en votos contados, sino en la cantidad de ciudadanos que todavía creen que vale la pena participar.

Esta fue una elección sin pueblo, una elección de máquinas políticas que se retroalimentan de la apatía ciudadana.
Una elección donde la mayoría no eligió, y donde los que gobiernan confunden el silencio con consenso.

La pregunta que queda flotando es tan simple como urgente:
👉 ¿Quién nos representa cuando el pueblo deja de estar en la boleta?

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